Tierna Infancia
Cuando era una niña jugaba juegos solitarios, no me atraían demasiado los juegos infantiles convencionales, ni hablar de jugar a la mamá.
La vendedoraMe gustaba jugar a la vendedora, armaba mi negocio, en el patio de casa, con sillas fabricaba un mostrador y las mercaderías eran latas vacías, pedazos de maderas que envolvía como regalos, arena en paquetes que asemejaban bolsas de azúcar. Inventaba clientes amables que me pagaban con papeles de colores que guardaba ordenadamente en una cajita, incluso llegaron a regalarme una caja registradora que adoraba!
La maestraTambién jugaba a la maestra, tomaba posesión del pizarrón y pretendía que mis hermanas hicieran lo que yo les ordenaba, emulando a las nefastas maestras el proceso que me tocaron en desgracia.
La secretariaOtro de mis juegos preferidos era el de secretaria, mi padre me había hecho un escritorio, a mi medida, allí tenía un teléfono y muchos papeles, lápices dentro de una lata, tacos de madera que pretendían ser sellos. Podía pasar todo el día recibiendo llamados imaginarios y dibujando garabatos en las planillas que terminarían definitivamente en el basurero.
La doctoraExperimentaba un placer indescriptible al abrirles las panzas a los osos de peluche que, no se porque ley física, jamás volvían a albergar en sus vientres la cantidad de aserrín que les había sacado. Ponía a mis pacientes sobre una mesita de tv con rueditas y los llenaba de cables pegados con cinta aisladora, por supuesto esto no lo ponía muy contento a mi padre, ya que la sala de operaciones era en donde estaban todas sus herramientas.
Desde luego y como con la costura no me entendía, los oso terminaban destripados pegoteados con cinta por todas partes y sobrantes de aserrín por toda la casa.
No tan tierna infancia
Con los años mis juegos fueron siendo menos inocentes, las muñecas no eran de los juguetes elegidos por mi. Los bebotes eran tontos y demandaban una atención que no era de mi agrado, eso lo dejaba para mi hermana que era feliz cambiando pañales y paseándolos en cochecito por todo el patio.
Yo ya estaba para otras cosas. Me gustaban los libros, la tele y observar a mí alrededor.
Entre esas observaciones estaban las de husmear por el mundo de mis primas, que eran unos años más grandes que yo, ellas hablaban de novios, de cosas que para mi eran incomprensibles. En esas visitas a la casa de mis primas conocí un objeto que constituyó, desde entonces, la claridad de mi situación actual.
Por esas épocas ellas eran de las pocas que poseían a las “Barbies” ya que se las traían de Estados Unidos.
Fue allí donde comenzó todo. Por primera vez advertí que esas muñecas eran distintas, no eran estúpidos bebes llorones, eran mujeres, mujeres con senos, con piernas largas, con nalgas, mujeres con cabellos largos, en una palabra, eran mujeres y a mi me encantaban. No creo que supiera bien porque pero me fascinaban. No hacía otra cosa más que verlas y si podía desnudarlas, para luego vestirlas y volverlas a desnudar tantas y tantas veces como mi deseo lo requiriera. Así que decidí pedirle a los reyes una Barbie, debo aclarar que habían pasado algunos años y ya no era una niña sino una adolescente, no había nada de malo en que una adolescente pidiera a los reyes una Barbie, es más era “normal” que así fuera.
Y llegó la Barbie, en verano, lo que me permitía pasar horas jugando con ella en la pileta de natación. Preparaba todo el escenario para ella, la tiraba a tomar sol y luego a nadar y así hasta que terminaba por sacarle el traje de baño, para que se bronceara mejor claro!.
Sabía de la existencia de Kent, pero no era algo que me quitara el sueño, también sabía que Barbie no podría estar sola, conmigo, toda la vida así que decidí pedir otra y llego la compañera. Una morocha muy linda con quien Barbie tuvo afinidad enseguida.
Allí la cosa comenzó a ponerse mucho más entretenida, no es lo mismo jugar con una Barbie a que dos Barbies jueguen entre ellas.
Se me ocurrían cosas muy interesantes para hacer y podría decir hoy, a la distancia, que era una adelantada, teniendo en cuenta que no sabía de la existencia del kamaustra lésbico y mucho menos que existieran las lesbianas y mucho pero mucho menos que ese juego fuera la antesala de mi propio descubrimiento sexual.