viernes, junio 09, 2006

De aquellos años

La poesía que leerán más adelante tiene su historia, fue la primer poesía lésbica que escribí y que me atreví a leer en público.
Desde luego yo no sabía que estaba escribiendo una poesía lésbica y los que escuchaban tampoco creo que lo hayan advertido.
Yo, por aquellas épocas, no sabía exactamente qué estaba escribiendo. Hoy a muchos años de haberla escrito percibo la vivencia del silencio en el que la mayoría de las lesbianas nos sumimos por no ser lo que deberíamos ser : mujeres heterosexuales que se ajustan a cierta práctica sexual impuesta por el sistema.

Esta poesía nació después de mi primer experiencia sexual con una mujer (hace poco más de diez años).
A la muchacha tuve que olvidarla a la fuerza, a fuerza de dolor, mejor dicho, como no podía ser de otra manera.
A esa mujer le agradecí siempre aquel día, pues abrió mi alma y mi cabeza a la idea de animarme a disfrutar de mi sexualidad, lamentablemente solo eso puedo agradecerle, pues la historia tuvo su lado sádico. Pero parece que eso es lo que nos depara el destino en los comienzos a muchas lesbianas.
Aquella hermosa chica me enseñó el camino del placer y luego desapareció o lo que fue peor, aparecía, de tanto en tanto, para recordarme que fue ella la primera en navegar las aguas que nadie había navegado.
Ella no sabía bien qué quería pero... me quería para ella sola, aunque ella tenía compromisos con media humanidad y ni un segundo para escucharme, valorarme, amarme o al menos hacerme pasar un buen rato de sexo digno. La histeria a más no poder plasmada en la bella imagen de la mujer de mis sueños.
Ella se convirtió en dueña de mi inocencia, de mis fantasías,pues yo creía que esa mujer era el amor de mi vida. Manipulaba con maestría los tiempos. Sostenía con absoluta seriedad promesas que jamás se cumplirían y dejaba mis deseos truncados una y otra vez. Yo siempre esperaba que ella llegara para decirle todo lo que había pasado por mi cuerpo en su ausencia y ella llegaba con un cargamento de líos, a las apuradas, contándome algún conflicto grave que yo debía ayudarle a resolver.
Por aquellos tiempos yo representaba a una Penélope tejedora de deseos que jamás se cumplirían..
A ella el compromiso con una mujer le parecía imposible pero, a la hora del placer, sabía que puerta golpear. Claro que eso era dentro de sus tiempos y sus ganas y jamás pude tocarla, el juego era que yo disfrutara de lo que ella hacía conmigo, sin darse cuenta que mis ganas quedaban atrapadas en mis manos y jamás se las podría mostrar.

Pasaron muchos litros de agua bajo del puente desde aquella historia, histérica y estoica hasta darme cuenta que la culpa de los vaivenes indecisos de esta mujer eran solo parte de mi manía de autodestrucción, mi baja autoestima y mi crédula inocencia de pensar que ella algún día me querría.

He aquí la poesía de aquellos años de angustias y desilusiones...pero de crecimiento.

La tarde de los silencios

I

La tarde cae inevitable
Nos enmudece, nos ensordece
Nos vacía, nos devora, nos desnuda
El sol se lleva en sus entrañas
Todas las palabras que volaron
De nuestros labios

II

Voy a destinar la eternidad
A recorrer el espacio con mis manos
Para atrapar tu mirada crepuscular.
Voy a tirarme sobre la hierba,
a la sombra de una nube
Para que el verde intenso corte en dos mi soledad
Voy a dejar que el silencio aprisione
mi cuerpo y me cubra
hasta convertirme en enredadera
que trepe la inmensidad del horizonte

III

Hubo una tarde en la que el silencio era un gemido de lluvia sobre mi pecho, un redoblar de truenos en mi corazón. Una tormenta silenciosa que se levantaba en tormentosos ojos dispuestos a diluviar sobre mí. A mojar hasta el ultimo de mis sentidos.

Hubo una tarde en que las palabras se aferraron a las cuerdas convirtiéndolas en rejas para que lo sonidos nunca pudieran salir.
Aún los oigo aleteando en mi garganta subiendo hasta mis oídos, ensordeciéndome.

Hubo una tarde en la que yo saque despacio mi piel, la extendí sobre la cama para que no se arrugara quedando al descubierto mis músculos, luego mis órganos, los torrentosos ríos sanguíneos y mis huesos que liberaron mi alma desde el fondo. Mi alma libre como un as de luz se despojaba de pesados prejuicios para perderse en el infinito.

Fue esa tarde cuando el arco iris comenzó a encenderse que mi alma tuvo que volver a acomodarse en el incómodo cuerpo, cerrar todos los cierres de a uno, de adentro hacia fuera. Primero los huesos, después los torrentosos ríos sanguíneos, los órganos, los músculos y la piel ahora impermeable.

Fue esa tarde que el silencio me envolvió como una manta, como una espesa niebla. Apagando los recuerdos que aún sonaban a gemidos de lluvia sobre mi pecho, a redoblar de truenos sobre mi corazón.