miércoles, febrero 08, 2006

Destino casualidad o así es la cosa?

Parte I

En las horas en que el sueño, casi logra vencerme, vuelvo mis pasos hacia atrás. Y recuerdo los días en los que pensaba en “el amor”. Por aquellos años de mi juventud, anhelaba la llegada del día en que lloviera sobre mi piel y que esa lluvia tuviera un nombre de mujer entera, el aroma de una piel real, el color de unos ojos verdaderos.

“El amor”, era para mi, un sueño, un hermoso sueño que repetía una y mil veces en mi mente, cambiando los rostros, los cuerpos y los nombres, jugando a armar una mujer a mi medida.

Algunas veces me quedaba horas mirando una nube, acariciando la hierba y pensando que así sería estar enamorada.
Otras, con los ojos cerrados, imaginaba una lengua suave y tibia que me recorría, una mujer sin rostro despertaba, en mi, secretas cosquillas que me hacían feliz.

Me preguntaba, mientras viajaba en colectivo, si esa mujer que cruzaba la calle, con el pelo recogido y unos libros en las manos sería “ella”, si aquella otra, la de la mirada perdida, que jugaba a no verme podría estar pensando en mi. Estaba casi convencida que la encontraría de una manera mágica, chocaría con ella bajando de un taxi, un ventarrón me arrojaría hasta sus brazos, o con mi tan aguda torpeza, tropezaría y vendría a levantarme, la definitiva mujer de mis sueños.

Así anduve años y más años envuelta en esas extrañas fantasías, en esa búsqueda pausada de detalles insólitos, que de seguro, cuando sucedieran, no sabría reconocer.

Así fue que una mañana, al abrir la ventana de la casa en la que trabajaba, vi una mujer que subía a un auto, sonriendo feliz, radiante, con unos enormes y dulces ojos que lo iluminaban todo.
Me quedé viéndola, como si fuera una aparición mágica, algo que no vería muchas veces en mi vida y mientras se alejaba y de ella solo quedaba en el aire esa imagen que mis ojos se guardaban, pensé ¿será ella la mujer de mi vida?...

Difícilmente podría serlo, esa mujer, tenía una belleza destinada a alguien y alguien la amaba, esa mujer no sabía que yo habitaba tras esas cortinas, esa mujer era demasiado para mi.

Entonces, ella comenzó a formar parte de mis fantasías, palabras que yo inventaba, colmaban sus labios, besos, que solo me pertenecían, enbriagaban mi boca.

Eso si, la principal regla de este juego era que ella jamás se enteraría de mi existencia y yo sería feliz con la distancia que el destino y mi temor imponían.